miércoles, 31 de diciembre de 2008

PAZ EN LA TIERRA

PAZ EN LA TIERRA
Por José Antonio Pagola

Comenzamos hoy un año nuevo. Un año todavía intacto, pero que viene ya marcado por las luchas, los trabajos, sufrimientos y gozos vividos hasta el día mismo de ayer.



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Todos comenzamos un año nuevo, pero todos de manera distinta. Algunos con la incertidumbre quizás de perder su puesto de trabajo. Otros con el gozo de esperar un nuevo hijo. Alguien con la angustia de entrar en el último año de su vida. Otro con la ilusión de crear un nuevo hogar.

Cada uno con sus propios problemas. Sin embargo, a los creyentes se nos invita hoy a que, olvidando nuestras preocupaciones individuales, iniciemos el nuevo año con la mirada puesta en un objetivo urgente para la humanidad: la paz.

Hemos despedido un año sembrado de violencias, agresividad, muertes y sangre. Y comenzamos otro que no nos ofrece un horizonte mejor.

Oímos hablar de violencias injustas y de violencias legítimas. Distinguimos entre una violencia opresora y otra represora. Pero el caso es que poco a poco va consolidándose entre nosotros la convicción de que si se quiere realmente lograr algo, es necesario utilizar "una dosis suficiente de violencia».

Sin embargo, esta idea no es sólo monstruosa sino falsa. La violencia es útil para lograr ciertos objetivos inmediatos y parciales, pero nunca para crear una sociedad más reconciliada, dialogante y fraterna.

Ni de la punta de las metralletas terroristas ni de los gritos de los torturados puede salir una sociedad más humana. La paz y la justicia hay que construirlas por otros medios.

Ha llegado quizás la hora de que todos nos empeñemos en crear una nueva conciencia colectiva de luchar por la «no-violencia» activa. No podemos dejar nuestro futuro en manos del más violento.

Es urgente andar otros caminos. «La no-violencia es una última tentativa del espíritu y de la libertad, más allá de la cual sólo hay unas fuerzas impersonales que se enfrentan, sin otra posibilidad que la victoria de la más implacable».

El respeto a la vida del hermano es algo esencial a lo que un creyente no puede renunciar. Desde el momento en que Dios se ha hecho hombre, ningún hombre puede ser un sujeto sacrificable.

Sin duda, es poco lo que cada uno de nosotros podemos hacer. Pero todos podemos colaborar en la creación de una nueva conciencia y de un nuevo estilo de vida, que actúe como punta de lanza que abra a esta sociedad tan violenta hacia un futuro de mayor fraternidad.


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