lunes, 24 de marzo de 2008

Monseñor Romero (II)

El 24 de Marzo celebraremos el Martirio de San Romero de América.

Aquí os escribo dos semblanzas suyas y a continuación unas intervenciones suyas.

Espero que la vida ejemplar de este arzobispo mártir nos lleve a una profunda reflexión y a una verdadera conversión.


"...El Evangelio me impulsa a hacerlo y en su nombre estoy dispuesto a ir a los tribunales, a la cárcel y a la muerte..." O. Romero



ÓSCAR ARNULFO ROMERO 24 de Marzo de 1980 El Salvador
«San Romero de América», arzobispo de San Salvador, El Salvador, profeta y mártir. Oscar Arnulfo Romero nación el día de la asunción de la Virgen María, el 15 de agosto de 1917, en Ciudad Barrios de El Salvador. Óscar era el segundo de siete hermanos, pertenecientes a una familia de origen humilde. En su infancia destacó por un carácter tímido y reservado, su amor por lo sencillo y lo sagrado y su enorme interés por las comunicaciones, afición que conservó durante toda su vida. A los 25 años fue ordenado sacerdote. Continuó estudiando en Roma para completar su tesis, hasta ser sorprendido por la II Guerra Mundial, motivo por el cual regresó a El Salvador. Su primera parroquia fue en San Miguel donde realizó su labor pastoral durante más de 20 años. Allí Oscar fue muy querido. Su don natural para la oratoria, junto con su capacidad de interpretar el sentir de su pueblo y enmarcarlo en el potencial de vida que la fe provee, convirtieron sus homilías y predicaciones en uno de los acontecimientos más importantes para los feligreses. Durante este tiempo impulsó numerosos movimientos apostólicos y gran cantidad de obras sociales. En 1970, la Iglesia lo llamó a proseguir su camino pastoral elevándolo al ministerio episcopal como Obispo Auxiliar de San Salvador, que tenía al ilustre Mons. Luis Chávez y González como Arzobispo y como Auxiliar a Mons. Arturo Rivera Damas. Con ellos compartiría su desafío pastoral y en el día de su ordenación episcopal dejaría claro el lema de toda su vida: "Sentir con la Iglesia".
Esos años como Auxiliar fueron muy difíciles para Monseñor Romero. Como Auxiliar, fue nombrado director de semanario Orientación, el cual se convirtió en uno de sus más grandes fracasos debido a su característica de mal administrador. Luego de muchos conflictos en la Arquidiócesis, la sede vacante de la Diócesis de Santiago de María fue su nuevo camino.
El 15 de octubre de 1974 se le nombró Obispo de esa Diócesis. En el país la situación social, política y económica era grave y para la Iglesia el conflicto era evidente: sacerdotes expulsados, secuestrados, campañas difamatorias contra el Arzobispo y su Auxiliar y muchos sacerdotes fueron acusados de comunistas. La Iglesia comenzó a ser perseguida por defender los derechos humanos, pero sumado a ello existía una división jerárquica lo que complicó más la situación a nivel a eclesial. En medio de ese ambiente de injusticia, violencia y temor, Monseñor Romero fue nombrado Arzobispo de San Salvador el 3 de febrero de 1977. Su nombramiento sorprendió a muchos. Se había nombrado arzobispo no al auxiliar del arzobispo, sino al amigo del presidente Molina, al amigo de los cafetaleros, al que había criticado y despreciado la pastoral de la archidiócesis, etc. Comentarios de este estilo corrían entre el clero y los laicos comprometidos en la pastoral. En cambio, las esferas gubernamentales y militares del país, así como las esferas del poder económico, se alegraban mucho del nombramiento, ya que ante la violencia desatada en El Salvador, Monseñor había adoptado más una actitud de resignación que de denuncia. Sin embargo el 12 de marzo del mimo año, se produce la muerte que provocó la unión del clero en torno al arzobispo, la del padre Rutilio Grande. Un sacerdote consciente, activo y sobre todo comprometido con su fe. Frente al cadáver del padre Rutilio, en el vigésimo día de su arzobispado, Mons. Romero sintió el llamado de Cristo para vencer su natural timidez humana, una maduración lenta y progresiva había llegado a su punto y con motivo de este asesinato sin precedentes, decidió celebrar una misa única el 20 de marzo lo cual fue el primer signo de conflicto con los poderes del país, la jerarquía eclesiástica salvadoreña y algunos dicasterios de Roma, pero a la vez significó el principio y el signo visible de la unión con su clero, su pueblo y su fe en el Dios de la vida. Las oficinas del Arzobispado siempre estaban llenas de personas de toda clase que esperaban conversar con Monseñor: ricos, campesinos, jóvenes militares, protestantes, estudiantes, ideólogos, etc. En el transcurso de su ministerio Arzobispal, Mons. Romero se convirtió en un implacable protector de la dignidad humana, sobre todo de los más pobres; esto lo llevó a emprender una actitud de denuncia contra la violencia y sobre todo a enfrentar cara a cara los regímenes del mal. Nunca nadie pudo sobornar sus intenciones, ni mucho menos desmentir sus denuncias porque estaban basadas en preceptos de justicia y verdad. Sus homilías se convirtieron en una cita obligatoria de todo el país cada domingo. Desde el púlpito iluminaba a la luz del Evangelio los acontecimientos del país y ofrecía rayos de esperanza para cambiar esa estructura de terror. A raíz de su actitud de denuncia, Monseñor Romero comenzó a sufrir una campaña extremadamente agobiante contra su ministerio arzobispal, su opción pastoral y su personalidad misma, cotidianamente eran publicados editoriales, campos pagados, anónimos, etc., donde se insultaba, calumniaba, y más seriamente se amenazaba la integridad física de Monseñor. Su fidelidad insobornable al evangelio le llevó a una muerte martirial el 24 de Marzo de 1980. Su muerte sancionó para siempre su vida conforme al Evangelio, con la renuncia total de sí mismo y su entrega a la causa de la cruz, con el Espíritu de las bienaventuranzas.


OSCAR ROMERO
La figura de San Romero de América es harto conocida. También su martirio y sus dotes proféticas. Sus últimas manifestaciones públicas y escritos son buena prueba de ello.
Dos semanas antes de ser asesinado, monseñor Romero lanzaba al mundo desde las páginas de la revista mexicana Excelsior un mensaje inolvidable. Decía: He sido frecuentemente amenazado de muerte. Debo decirle que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección. Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Se lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad. Como pastor, estoy obligado por mandato divino a dar mi vida por quienes amo, que son todos los salvadoreños, aún por aquellos que vayan a asesinarme. Si llegaran a cumplirse las amenazas, desde ya ofrezco a Dios mi sangre por la redención y por la resurrección de El Salvador. El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad. Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y como un testimonio de esperanza en el futuro. Puede decir usted, si llegasen a matarme, que perdono y bendigo a todos los que lo hagan. Ojalá, así, se convencieran que perderán su tiempo. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás. En los últimos días del mes de febrero de 1980, monseñor Romero realizó unos ejercicios espirituales. En el transcurso de los mismos, anotó en unos folios, a modo de reflexiones, unas breves notas que presentamos a continuación. Estos apuntes, que muy poca gente conoce, eran tomados aproximadamente un mes antes de ser asesinado. Escribe Romero: Jesús se acerca a las personas en su “situación”. La mía es muy importante: tengo conciencia de ser el pastor de una diócesis, que es responsable de todo el país y de su Iglesia toda. Siento que, aún políticamente, tengo una palabra muy importante. Tengo las influencias ideológicas y políticas. Soy influenciable, y son muy posibles las imprudencias. Deseo encontrarme con Jesús y participar de su obediencia al plan salvífico de Dios.
En estos apuntes inéditos, al igual que hará después -como hemos visto- en la citada revista Excelsior, Romero vuelve a referirse sobre el peligro que acecha sobre su vida. Continúa: otro temor mío se refiere a los riesgos de mi vida. Me cuesta aceptar una muerte violenta, que en estas circunstancias, es muy previsible, y probable. El mismo nuncio de Costa Rica me ha advertido de inminentes peligros durante esta semana. El padre Acue (el director de los ejercicios espirituales) me ha infundido ánimo, diciéndome que mi actitud ha de ser la de ofrecer mi vida por Dios, cualquiera que sea el final que me espera. También las circunstancias desconocidas pueden ser afrontadas con la gracia de Dios. Él ha asistido a los mártires y, si es necesario, lo sentiré muy próximo, al confiarle mi último suspiro. Pero más todavía que al enfrentarme con la muerte, necesitamos coraje al entregar toda la vida y vivir para Él.
Hasta aquí estos apuntes tomados durante sus últimos ejercicios espirituales. Ellos confirman, como no podía ser de otra manera, que la suya era una muerte anunciada. Pero, ¿por qué lo mataron? La respuesta es muy simple: porque era un verdadero y auténtico profeta de nuestros tiempos. Así se expresaba el profeta Romero de América el 23 de marzo de 1980 en la catedral. Fue, como es sabido, su última homilía. Pese a ser harto conocidas, merece la pena recordar sus palabras una vez más:
Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército, y en concreto a las bases de la guardia nacional, de la policía, de los cuarteles: hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice ¡No matar! Ningún soldado está obligado a obedecer una ley contra la ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas, si van teñidas con sangre... En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!
Monseñor Romero vive, resucitado, cual Jesús, en su pueblo y en la Iglesia del Espíritu.

AÑOS SIN MONSEÑOR ROMERO: El Arzobispo no podía callar ante la injusticia y no lo hizo. Con él no servían amenazas: Quiero asegurarles a ustedes (...) que no abandonaré a mi pueblo, sino que correré con él todos los riesgos que mi ministerio me exige. ¡Y bien que cumplió su palabra! Hasta el fin. La Iglesia del país no había sido ajena a esa violencia. En 1977 había caído el jesuita Rutilio Grande. Su asesinato, como reconocería el propio arzobispo Romero, sería el aldabonazo que le haría despertar a la cruda realidad; luego la represión practicada por el ejército y los escuadrones de la muerte acabaría con otros cinco sacerdotes salvadoreños más: Alfonso Navarro, Ernesto Barrera, Octavio Ortiz, Rafael Palacios y Alirio Napoleón Macías. Seis, en poco menos de 3 años. Al final, los asesinos decidieron cortar por lo sano. Acabarían con aquel que, lejos de intimidarse con las amenazas, explicaba a los soldados que estaban matando a sus hermanos y que no estaban obligados a obedecer a una ley contra la ley de Dios. Con este tipo de llamamientos nadie en el Salvador podía garantizar la seguridad del Arzobispo. En efecto, la suya era una muerte anunciada. Primero, una bomba acabó con la emisora del arzobispado, un dial que sintonizaban tres de cada cuatro salvadoreños cuando, semanalmente, monseñor Romero leía sus homilías. Por esas mismas fechas, dos semanas antes de su muerte, la basílica del Sagrado Corazón, donde el Arzobispo iba a celebrar una Eucaristía, también había sido objeto de un atentado. Al final, ese 24 de marzo, las balas asesinas acabaron con la vida del profético obispo. Otras 40 personas morirían durante sus funerales al abrir fuego el ejército contra la multitud. Años después se sabía lo que todo el mundo en el Salvador intuía desde un principio. El 8 de noviembre de 1994, el New York Times publicaba: Documentos de la CIA informaron que el señor D’Aubuisson –además de traficar con drogas y dedicarse al contrabando de armas- había dirigido la reunión en la que se planificó el asesinato de monseñor Oscar Arnulfo Romero, arzobispo católico de San Salvador, en 1980.
Roberto D’Aubuisson ya fallecido, Mayor del ejército y uno de los fundadores del derechista partido ARENA fue considerado siempre el padre de los escuadrones de la muerte. Estos comandos paramilitares -integrados frecuentemente por miembros del ejército- estuvieron implicados en no pocos asesinatos y violaciones de los derechos humanos cometidos durante los 12 años de guerra que ha padecido El Salvador. Antes de que se lograse finalmente la paz, la Iglesia salvadoreña aún volvería a saber de la violencia. El jesuita Ignacio Ellacuría y 5 compañeros más serían asesinados en 1989 en el campus de la universidad José Simeón Cañas.
Monseñor Romero murió ese 24 de marzo pero años después sigue tan vivo en el pueblo como siempre. Su tumba es, desde hace años, lugar de peregrinación para miles de salvadoreños. Se fue su persona pero quedan sus palabras y su testimonio. He aquí una pequeña muestra de lo que decía el arzobispo antes de ser asesinado:
- No atribuyamos a la voluntad de Dios el fruto de nuestra pereza. No hagamos a Dios culpable de las desigualdades injustas. No hagamos a Dios culpable del subdesarrollo de los hombres. Dios no quiere eso (3-9-1978).
- Si queremos que cese la violencia y que cese todo ese malestar, hay que ir a la raíz. Y la raíz está aquí: la injusticia social (30-9-1979).
- Es inconcebible que se diga alguien cristiano y no tome, como Cristo, una opción preferencial por los pobres. Es un escándalo que los cristianos de hoy critiquen a la Iglesia porque piensa por los pobres. ¡Eso ya no es cristianismo! (9-9-1979).




Más escritos suyos….

" Volvamos a nuestra reflexión evangélica y oigamos al Mesías, que si es cierto que viene con toda la potencia de Dios a salvar al mundo, cierto que también necesita pasar por el dolor, por la prueba, por el sufrimiento.
Hagamos de nuestra cruz, de nuestro sacrificio, una fuerza redentora que no nos inspire nunca la venganza, la violencia, el odio, sino que llamados por el amor de Cristo, que por amor nuestro sufrió todas las humillaciones de su mesianismo verdadero, seamos capaces de
seguirlo a través de esa cruz como él nos invita. Así haremos que por el camino verdadero que Dios quiere, restableceremos esa paz sobre justicia que tanto necesita nuestro pueblo. Así sea... "

26 de agosto de 1979, Homilia del 21.º Domingo del Tiempo Ordinario



«La civilización del amor, repudia la violencia». Jamás hemos predicado la violencia. En este Jueves Santo, cuando el Señor nos dice: «Amaos los unos a los otros», está diciendo la filosofía de la verdadera Iglesia. Es el amor, no es la violencia la fuerza que va a componer al mundo. Repudia la violencia, el egoísmo, el derroche, la explotación y los desatinos morales.
«A primera vista, -fíjense bien en esto- sobre todo aquellos que ya no tienen fe en el amor, sobre todo aquellos que tienen más confianza en la violencia, en la guerrilla, en la fuerza armada, en el secuestro, en el terrorismo, no está allí la salvación. A primera vista parece que,
al hablar de civilización del amor, estamos diciendo una expresión sin la energía necesaria para enfrentar los graves problemas de nuestra época. Sin embargo, os aseguramos: No existe una palabra más fuerte que ella -del amor- en el diccionario cristiano. -Se confunde
con la propia fuerza de Cristo-. Si no creemos en el amor, tampoco creemos En Aquel que dijo: Un mandamiento nuevo os doy que os améis los unos a los otros…»

12 de abril de 1979, Homilía del Jueves Santo, Misa de la Cena del Señor



" Queridos hermanos, no hemos salido del ambiente de nuestra homilía ¡Pueblo de Dios!, todos ustedes que tienen la bondad de reflexión conmigo, el Señor nos está lanzando un reto
tremendo. Su doctrina es de amor y de paz, su mensaje es de salvación y vida eterna, pero nos lanza a un mundo donde parecen los hombres lobos y fieras. Y ésa es nuestra misión: ir a
convertir en hijos de Dios, incorporados a Cristo, todas esas manos criminales, todas esas fuerzas terribles del odio y del silencio, del ocultamiento y del mal. ¿Quiénes son? ¡Muchos lo saben! y el pueblo sospecha, pero el Señor que lo conoce mejor, que oiga la oración de
este pueblo hoy, reflexionando tanto desastre a la luz de una palabra que nos reclama acción de Dios en medio de un pueblo que se olvida de Dios.
Que cada cristiano, que cada miembro de esta Iglesia, que todos, al igual que María, como ella, sepamos enjugar lágrimas y consolar tristezas pero, como ella también, valiente en su profesión profética, sepamos desenmascarar el mal y reclamar contra las injusticias, porque la redención de los hombres según el cántico mismo de la Virgen, está ligado a la justicia que los hombres hagamos en la tierra y al respeto que aquí tributemos a la verdad de Dios. Así sea... "


15 de julio de 1979, 15.º Domingo del Tiempo Ordinario




"Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del Ejército: ¡Hermanos!. ¡Son de nuestro mismo pueblo!. ¡Matan a sus mismos hermanos campesinos!. Y ante una orden matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: ¡No matar!. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden que va en contra de la ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que obedezcan a su conciencia. la Iglesia no puede quedarse callada ante tanta abominación. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hacia el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, ¡les ordeno! en nombre de Dios: ¡Cese la represión!.
(Óscar A. Romero, 23-III-1980)

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